domingo, 8 de abril de 2012

LA JUGADA PERFECTA


 […] Estamos demasiado acostumbrados a dar por sentado cosas sobre las cuales realmente no tenemos derecho ni siquiera a especular; por ejemplo, presumimos que el inconsciente aumenta la torpeza y sin embargo, podemos afirmar que los órganos que funcionan bien, lo hacen en silencio. El mejor sueño es sin ensueño. Incluso en el caso de juegos de destreza, a nuestras mejores jugadas les sigue el pensamiento “no sé cómo lo he hecho”; y no podemos repetir esas jugadas a voluntad. Desde que empezamos a pensar conscientemente en nuestra jugada, nos ponemos “nerviosos” y perdemos.

De hecho, hay tres categorías principales de jugadas; la mala jugada, que justamente asociamos a la atención vagabunda; la buena jugada, que acertadamente relacionamos con una atención concentrada; y la jugada perfecta, de la que nada comprendemos, pero que en realidad ha sido provocada por la costumbre de la atención concentrada convertida en independiente de la voluntad, capaz así de actuar libremente, a plena voluntad. (Alister Crowley, Magick IV)


 La conciencia es el síntoma de una enfermedad.

Lo que funciona bien, lo hace involuntariamente.

Todas las habilidades, todo esfuerzo, toda intención, son igualmente obstáculos a la soltura.

Practica esto mil veces y se hace difícil; un millón de veces y se hace fácil; un millón de veces y un millón más, y ya no eres Tú quién actúa, sino Esto a través de ti. Solo a este nivel, puede cumplirse correctamente un acto.

 Así contaba FRATER PERDURABO, cómo brincaba de un peñasco a otro, en la morrena, sin lanzar una sola mirada al suelo. (Alister Crowley, El Libro de las Mentiras)

  
El arquero deja de ser consciente de sí mismo, como persona aplicada en acertar en el centro del blanco que tiene en frente. Este estado inconsciente se obtiene únicamente cuando, vacío completamente y desprovisto de sí, se vuelve uno con la mejora de su técnica, aunque lo que haya dentro sea algo de un orden totalmente diferente, a lo que no se puede llegar por ningún estudio progresivo del arte… (El Zen en el arte caballeresco del tiro con arco, Eugen Herrigel)

 Original de Jean-Luc Colnot en Magick Instinct
Traducido por Francisco Hidalgo en Axis


sábado, 7 de abril de 2012

PARÁBOLA





Atended, dijo. Y comenzó a hablar con parábolas:

El Reino Desconocido se asemeja a un buscador de oro, que recorre la montaña. De repente, descubre la entrada a una cueva. Su sexto sentido le dice que en el interior hay oro. Pero triste y desafortunadamente para él, la entrada a la cueva está oscura, negra, sugiriendo una amenaza desconocida. Él solo frecuenta las luminosas zonas de la razón; cultiva la conciencia de ser, la sensación de ser. Precisamente por eso, camina por la montaña. Pero ahora que está ante la gruta y viniendo de la luz, es incapaz de ver nada ahí. Su miedo le impide entrar directamente en la caverna y para colmo de desgracia, al no haber previsto este hallazgo, no lleva consigo ninguna linterna. “¿Qué hacer?” se pregunta... Esta apertura sombría se abre completamente, cargada de malos presagios para él. Se encuentra a sí mismo frente a ella, desprovisto e incapaz de ver en el interior, allá donde la luz del sol exterior no llega.

El buscador de oro, reflexionando consigo, se dice: “¿Cómo haré para entrar en la caverna y ver? Si continúo avanzando así, no veré nada. La oscuridad me envolverá, ya que tendré la luz a la espalda, proyectando una sombra oscurecedora ante mí. ¿Quién sabe los peligros que no veré? Además, no podré encontrar el oro dentro, ni distinguirlo de un vulgar guijarro”.



De pronto, comprende y se dice: ”Ya sé lo que voy a hacer. Entraré de espaldas al interior”. Así lo hizo nuestro buen buscador de oro. Y para su gran sorpresa, la oscura entrada se iluminaba a medida que penetraba al interior, de espaldas a sí mismo. La luz ya no estaba tras su espalda. A medida que avanzaba, las preciosas paredes de la cueva aparecían a su alrededor; hasta que llegó al fondo, donde estaba el oro.

La cueva del corazón en la montaña del espíritu, es así. Existen dos modos de meditación. Una consiste en buscar la gruta y la otra en adentrarse en ella

La mayoría de las meditaciones pertenecen al primer tipo. Es como buscar, estando perfectamente iluminado por la luz del sol, en los alrededores de una montaña. Se le llama la vía afirmativa. Se avanza de frente, siempre de frente, iluminado por la brillante luz del Ser y el sol de los conocimientos espirituales.

Pero ocurre que se descubre la gruta, donde la luz del sol no entra. No se ve lo que hay ante sí. ¿Cómo proseguir entonces? ¿Y ver? Aquí comienza la via remotionis o vía negativa. Se entra en sí, pero de espaldas, con esta parte de lo que somos y que nunca vimos. Porque la única manera de ver, es entrando de espaldas.

Y para nuestra gran sorpresa, se ve. Surgen a los lados alejándose, ante la totalidad del cuerpo-espíritu-universo, la totalidad del tiempo pasado, futuro y presente, todos los dioses y todos los cielos. Se entra así en la profundidad mirando en lo recóndito de la oscuridad, hasta encontrar el oro.

La vía afirmativa nos sienta ante la gruta y nos pide concentrarnos hasta donde ilumina.

La gruta es nuestra propia espalda, el homo absconditus cordis, lo eternamente desconocido en nosotros. La via remotionis o vía negativa nos invita a entrar en el interior, conforme a un movimiento que retrocede de lo conocido hacia lo desconocido. De modo que en esta operación, lo conocido está frente a lo conocido, lo desconocido de espaldas a lo desconocido. Por eso tenemos una cara y una espalda, un delante y un detrás. Ante nosotros, está siempre lo que no somos, lo que está con nosotros y a nuestra espalda, está siempre lo que somos realmente.



Si retrocedemos aun más lejos de la sensación solar de ser, el conocimiento de ser y la conciencia de ser, todo lo que estaba ausente antes de nuestro nacimiento, todo lo que no estaba con nosotros, todo lo útil para descubrir la gruta, pero que confundimos con el origen; entonces la sensación, la conciencia y el conocimiento quedan delante, fuera, perdiéndose de vista poco a poco, sin que ésto anule o reste de lo que somos, sea lo que sea; de cara ante nuestro nacimiento que es el oro verdadero.


Original de Jean-Luc Colnot.
Traducido por Francisco Hidalgo en Axis