jueves, 11 de marzo de 2010

7ª joya: La joya del Conocimiento perfecto

Puede saberse una verdad sin vivirla no obstante. Ahora bien, mientras que no es vivido ese saber, no se podría hablar de conocimiento.

El conocimiento tiene un aspecto doble, adquirido e innato. Pero en los dos casos, se trata de nacer con él y de vivir. En cuanto falta la vivencia, se vuelve al dominio del saber, abandonando el del conocimiento. No solo se llega a ser incapaz de cualquier conexión con el aspecto innato del conocimiento, sino que tampoco se consigue hacer emerger el conocimiento del saber: lo adquirido en sí mismo se convierte en vacío e ilusorio.

La séptima joya nos dice que el conocimiento no depende solamente del santuario de la cabeza. Los otros dos santuarios, el del corazón y el del vientre, participan activamente en la impregnación cognitiva. No solo se sabe, se tiene el sentimiento y la sensación de lo que se aprehende. El conocimiento es un impulso de vida experimentado en el conjunto de los santuarios interiores. Es vivido y concreto.

Nos ocurre a menudo que creemos conocer, cuando tan solo sabemos.

Ésto es así porque la joya del conocimiento perfecto requiere ser meditada profundamente. Solo se conoce lo que toca profundamente.

Por ejemplo, todos sabemos que vamos a morir y cual será nuestra última morada. Sabemos que ignoramos la hora y el día del fallecimiento. ¿Pero nos comportamos con conocimiento de causa? No, porque la verdad de nuestra muerte queda todavía por morir. No obstante, si conocemos nuestra naturaleza mortal, encontraremos pronto los recursos necesarios para el cumplimiento de la vía:

“¿De qué sirve vivir prolongadamente, ya que no nos corregimos siquiera un poco? ¡Ah! Una vida larga no siempre corrige: más a menudo aumenta nuestros crímenes. ¡Plazca a Dios que hayamos vivido bien en este mundo un solo día! Algunos cuentan sus años desde su conversión; pero frecuentemente ¡qué poco han cambiado y qué estériles han sido esos años! Si es terrible morir, puede ser más peligroso vivir tan largamente. Feliz el que tiene la hora de su muerte siempre presente, y se prepara cada día para morir.” (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo). Saber que se morirá y conservar la sensación de la muerte son dos cosas diferentes. Una es un saber, la otra conocimiento. La séptima joya establece ahí un matiz considerable. El saber solo necesita una parte de nosotros mismos. Pero el conocimiento concierne a todo al ser; no solo a sus pensamientos y a su saber, también a su vida, a su cuerpo, a sus gestos, a su corazón. Así es la séptima joya del aprendizaje.

Original de Jean-Luc Colnot.
Traducción de Francisco Hidalgo Salado en Axis.

martes, 9 de marzo de 2010

6ª joya: La joya de la Humildad

Miramos continuamente hacia la cima de la montaña sin prestar cuidado al camino que recorremos. Tener objetivos demasiado elevados es el mejor medio de tropezar a cada paso. Miramos adelante, lejos, sin estar atentos nunca aquí, a la piedra que nos va a hacer caer.
La joya de la humildad nos enseña que siempre debemos partir de lo que somos. Mientras se trabaje sobre la base de lo que se cree ser, de lo que se debería ser o de lo que se será, no puede realizarse nada valioso.
La joya de la humildad vuelve extraordinariamente inteligente. Nos da el medio de comprender el modo en que debemos trabajar y por dónde debemos comenzar. Esta sexta joya por lo tanto es extremadamente preciosa. Ella es la que nos da la inteligencia del camino y nos inspira el trabajo de cada pequeño paso.
Si comprendemos que no tenemos energía suficiente para realizar grandezas, sabemos inmediatamente por donde debemos comenzar: por las pequeñeces, las que están en la medida de nuestras posibilidades. Es por lo que la humildad hace nuestra práctica muy inteligente, de gran eficacia. Dejamos de mirar la cima de la montaña y ponemos atención al lugar en que posamos el pie. La joya de la humildad es indispensable. Permite dar un pasito, luego otro... hasta la cima de la montaña.
Quien quiere aprender a tocar el piano e intenta interpretar una pieza musical difícil directamente, tendrá que enfrentarse a una decepción enorme. En su tristeza, se verá incapaz de aprender a tocar el piano. Por lo tanto, hace falta comenzar por el comienzo y empezar desde lo que somos.
Cuando nos dejamos fascinar por lejanos ideales, a menudo quedamos paralizados, incapaces de hacer cualquier cosa. Además, la falta de humildad puede transformar todo camino en vía muerta o camino sin salida. Toda la perspectiva del camino se falsea, cuando se mira demasiado la cima. El que quiere ser un maestro desarrolla una estrategia particular, un esquema táctico inadaptado, pavimentado de orgullo. Y como es incapaz de realizar grandes cosas, finalmente no realiza ninguna. ¡Ni siquiera una pequeñita! Por el contrario, el que solo quiere llegar a ser capaz de ser un aprendiz, el que solamente quiere aprender, o aprender a aprender, ese se hace extraordinariamente inteligente y eficaz. Tiene la inteligencia del camino y sabe cómo practicar. Los Diálogos del Sabio dicen: “El que busca la verdad es el que la revela”.
Si bien es de una simplicidad extrema, la sexta joya es de una potencia inaudita. Es el camino de los pequeños y de los humildes. Comienza y termina a cada paso que cumplimos. Pero es grande en lo que tiene de pequeño, fuerte en lo que tiene de débil, superior en lo que tiene de inferior, maravilloso en lo que tiene de trivial.
Aquí, no se trata de esforzarse en la humildad. Querer ser humilde no es humilde. La sexta joya es de otra naturaleza. Saber que solamente se tiene la fuerza para dar pasitos pequeños es el mensaje de la sexta joya.
“La humildad en sí , sólo es el conocimiento verdadero y el verdadero sentimiento para el hombre, de lo que éste es en sí mismo. Porque a buen seguro, quién puede verse a sí mismo verdaderamente y sentir lo que es; realmente él será humilde” (La nube del desconocimiento).

Original de Jean-Luc Colnot.
Traducido por Francisco Hidalgo en Axis.

domingo, 7 de marzo de 2010

5ª joya: La joya de la Práctica

La quinta joya constituye una viva exhortación al trabajo efectivo y a la práctica. ¿Para qué leer libros de meditación, de oración o de teúrgia si no se practica? ¿Qué vale un amor que solo tiene vida en nuestros labios, una espiritualidad a tiempo parcial, cuyo único fin es preservarnos de todo trabajo real sobre nosotros mismos? “Jesús dijo: ¿Y cómo se estimará entre los sabios aquel que busca la Palabra de Dios para anunciarla al prójimo antes de haberla puesto en práctica?” (Agrapha). Porque siempre es más fácil hablar de las propiedades de un medicamento que tomarlo, hablar del Camino que recorrerlo.

La joya de la Práctica es de gran trivialidad, pero está en el corazón de la vía. Nadie soñaría con llegar a tocar el violín sin comprender la necesidad de una formación previa. No obstante, no es extraño encontrar buscadores que leen, reflexionan, devoran conocimientos, pero no practican. Se aprende a meditar meditando y a orar orando. Plantear preguntas de orden técnico y leer obras sobre la meditación no basta para hacer de nosotros un meditante. La práctica es esencial, indispensable.

Si la enseñanza seguida comporta consejos, es menester practicar. Si conlleva rituales, hay que celebrarlos. Si propone un trabajo sobre sí en medio de técnicas específicas, hace falta ponerse manos a la obra y no rehuir el trabajo poniéndose tan solo a soñar que se trabaja.

Y desgraciadamente, no siempre es así. La gula de saber no deja ya tiempo para aplicarse a una práctica verdadera, estable y regular. Incluso terminamos por creer que la teoría es la práctica. Algunos hablan de Buda y no meditan. Otros hablan de Maestro Eckhart y no oran nunca. Es terrible. Duro será el despertar que les mostrará que nunca han trabajado, ni comprendido a Maestro Eckhart o a Buda, simplemente porque no han vivido nunca las verdades de las que hablan. ¡Pero cuánto más bello aun, la conversión (metanoïa) que resultará de ello!

La enseñanza empuja continuamente a quienes la siguen, a practicar de modo efectivo. Muchas cosas solo se resuelven con la práctica, no en discusiones de salón, por apasionantes que éstas puedan ser. La práctica de otros no reemplaza la nuestra y estamos solos frente a la Vía. ¿Aceptaremos ensuciarnos las manos mejor que hinchar nuestro espíritu de edificantes citas? Es posible hablar largo tiempo del trabajo sin comprometerse. Se vive entonces de preguntas y respuestas. Y se cree que las respuestas son nosotros, fruto de lo que llamamos nuestra propia experiencia.


Original de Jean-Luc Colnot.
Traducido por Francisco Hidalgo en Axis.

jueves, 4 de marzo de 2010

4ª joya: La joya de la Escucha

Si escuchamos la enseñanza a través del filtro de los conceptos de segunda mano, de las ilusiones, de los prejuicios; realmente hay pocas opciones de que podamos llegar a entenderla algún día. Sin darnos cuenta, sólo nos escuchamos a nosotros mismos. Interponemos entre nosotros y la enseñanza una increíble cantidad de filtros que nos impiden escuchar verdaderamente. Prejuicios, opiniones, miedos, son algunas de las maneras de huir de una comunicación real. Si escuchamos a alguien desde nuestras opiniones, sólo escuchamos nuestro discurso interior. La cuarta joya declara que quien quiere aprender realmente, debe empezar por poner a un lado su ruido interior. Sin lo cual, solo se dará salida a sí mismo y se volverá incapaz de recibir nada nuevo.

La joya de la escucha puede interpretarse equivocadamente. Necesariamente, debe diferenciarse también, de una regla sectaria que consistiría en privarnos de pensamiento crítico. No hay nada de ello en la joya de la escucha. Cada uno puede tener profundas convicciones. No obstante, para comprender a quien habla, es menester empezar apartando los prejuicios y opiniones propios. Mejor buscar la verdad, antes que una confirmación de los puntos de vista propios; tal es la actitud desarrollada por la cuarta joya.

En nuestros días, creemos en la reencarnación porque nos conviene. ¡Qué promesa de supervivencia para esta entidad pasajera que somos! Nuestras opiniones no se construyen en función de la verdad, sino sobre la base de nuestras preferencias y prejuicios. “Resulta agradable, entonces me lo creo. Me resulta desagradable, entonces no me lo creo”. ¿Y es posible que creamos que el viejo hombre va a quedar indemne? ¡Cuántas ilusiones! Contra la Fe, la falta de respeto a la cuarta joya erige la creencia.

Nos hemos vuelto sordos y ciegos. Durante todo este tiempo, no hemos escuchado. Todos los filtros que hemos interpuesto son otros tantos aislantes acústicos y la única voz que hemos escuchado, es la nuestra. Todo ha sido leído, interpretado, disecado, pervertido y amputado de acuerdo a nuestros propios moldes. Lo reducimos todo a la medida de nuestras opiniones. Entretanto, los maestros zen recuerdan que solo alcanza lo último aquel que no ama las opiniones. Y Jacob Boehme confirma que “El Reino de Dios no está en ninguna opinión” (Tratado de la Regeneración).

La cuarta joya es además una verdad simple. No se puede escuchar cuando nuestro espíritu está haciendo demasiado ruido, “Cállate y te enseñaré la Sabiduría”, podemos leer en el Libro de Job. Esta joya es muy importante cuando se está en la perspectiva de una transmisión oral. Porque el contacto oral no transmite simplemente un saber. También el Ser participa. Si hay Presencia, este contacto puede adquirir un poder transfigurador de gran potencia.

Aquí, la transmisión iniciática toma como vehículo directo la influencia espiritual. Instructor y oyente ingresan en un proceso singular que deja un sabor de plenitud, de comunión, de luz. Jacob Boehme lo describe así: “Pero en el santo Doctor, es el Espíritu Santo quien enseña, y en el piadoso oyente, es el Espíritu de Cristo quien escucha” (Tratado de la Regeneración).

Esta conexión particular es la base de toda transmisión verdadera. Sin la cual, se hace difícil hablar de enseñanza espiritual. Y nadie que no haya dejado a un lado prejuicios y opiniones, puede ser admitido en este proceso. ¿Será la Escucha la puerta de la Gracia?

“Si quieres comprender esta luz, no la compares con nada que conozcas” (Louis-Claude de Saint Martin).


Original de Jean-Luc Colnot.
Traducido por Francisco Hidalgo en Axis.