lunes, 22 de febrero de 2010

2ª joya: La joya de la Responsabilidad


Una verdad sencilla más, pero ¡Oh! Qué potente, cuando se le aprecia el sabor.

Si la primera joya nos dice, que no se debe buscar una enseñanza esotérica para satisfacer una sed superficial, sino para una transmutación profunda; la segunda joya nos hace comprender que estamos solos y que debemos tomar las riendas de nuestro destino espiritual. Ciertamente, la Gracia es necesaria, así como el vínculo tradicional y el trabajo de escuela. La joya de la responsabilidad no pone en cuestión la indispensable asistencia del Espíritu en la búsqueda interior. No obstante, pone en guardia contra toda proyección y transferencia de responsabilidad. Nadie puede comprender en nuestro lugar, el trabajo que debemos cumplir. Nadie puede aprender en nuestro lugar. Nadie puede conocer la verdad por poderes. Es necesario poner fin definitivamente a tales ensoñaciones. El hallazgo de una escuela, una enseñanza o un instructor, no basta para salvarnos. Y en este sentido, siempre estamos solos, tanto en el corazón del Templo o de la logía, como en compañía de los instructores más hábiles. Y el presente texto no escapa a la regla, el cual solo tiene utilidad si cada uno/a experimenta su contenido por sí mismo. Ésto ¿Quién sino nosotros puede cumplirlo?

Quién desee aprender debe asimilar la enseñanza de modo muy íntimo. En tanto que una verdad le viene del exterior, ésta queda impotente para transformarle. Así, el buen aprendizaje iniciático no debe hacer de la escuela y la enseñanza un medio de huir del trabajo personal. En el corazón mismo del aprendizaje, la soledad nos acompaña y nos responsabiliza. Los falsos gurús se hacen cargo de sus discípulos. Pero la verdadera instrucción comienza por hacernos comprender que estamos solos frente a nosotros mismos, “discípulo de nuestro propio espíritu”, como afirma El Evangelio de la Verdad.

La segunda joya tiene algo aterrador. Nadie va a venir a ayudarnos. Nadie nos va a transformar con golpe de varita mágica. Debemos pagar todo con nuestra propia sangre. Es la necesaria experiencia del desierto. Mientras no descubra su soledad, el hombre tiene la tendencia de no asumir sus responsabilidades. Cuenta siempre con algún otro. Ahora bien, la Gracia solo ayuda a quienes se hacen cargo de sí mismos. ¿Esperaremos a que los ángeles vengan a hacer el trabajo en nuestro lugar o empezaremos la tarea sin esperar? Cuando cesan las vanas esperanzas de asistencia exterior, aparece la potente fuerza de asumir la responsabilidad interior. Las escuelas de iniciación y las enseñanzas esotéricas no están hechas para aliviar las responsabilidades del ser humano. Al contrario, todo está puesto ahí en marcha para que se le pueda hacer frente. Aquel que aprende verdaderamente comprendió que ningún otro sino él mismo podrá asumir su aprendizaje. El instructor y la escuela están ahí solo para inducir este proceso, no para sustituirlo.

La segunda joya nos exhorta pues a asumir personalmente nuestro aprendizaje. No debemos aceptar nada que no hayamos experimentado y probado de manera muy íntima. Somos responsables del modo en que asimilamos la enseñanza y no podemos contar con nadie sino con nosotros mismos para cumplir la labor que nos corresponde. La soledad nos obliga a una toma de responsabilidad que no proyecta esperanzas insensatas en ayudas externas, incluso si éstas tienen eficacia probada. Puede que al principio de la vía, el sentimiento de soledad provoque tristeza. Si es así, no hemos comprendido todavía el enorme poder de realización que puede surgir de él.

Original de Jean-Luc Colnot.
Traducción de Francisco Hidalgo en Axis.

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