domingo, 16 de mayo de 2010

La impermanencia y la muerte

En el transcurso del trabajo vinculado al primer aspecto del entrenamiento en cinco puntos, el aprendiz ha tomado conciencia del milagro que constituye el simple hecho de vivir. Al abrirse y hacerse disponible a este principio, su actitud ha cambiado profundamente. No comprende este milagro solo con la cabeza, sino que igualmente, tiene el sentimiento y la sensación de dicho milagro. Esta verdad está profundamente anclada en él; la ha visitado en sus múltiples aspectos a través de una práctica destinada a poner de relieve lo que todo el mundo conoce y que nadie experimenta realmente, salvo en raras ocasiones. La condición extremadamente preciosa de la experiencia humana le aparece con fuerza y siente que no conviene despilfarrar su potencial extraordinario. Debe aprovechar intensamente las Gracias que cada momento pone a su alcance para poder cumplir el trabajo iniciático.

El segundo principio del entrenamiento en cinco puntos está relacionado con el elemento agua. Está basado en otra verdad simple y evidente: nada dura, todo es impermanente. Lo nacido deberá morir, lo aparecido deberá desaparecer, lo compuesto deberá descomponerse. Todo es pasajero, inestable y fluido. Mientras que el primer principio insiste sobre el milagro de estar vivo, el segundo parece subrayar el carácter inevitable de la muerte. El aprendiz deberá conducir una meditación sobre la impermanencia y la muerte que lo llevará poco a poco al desapego y a tomar conciencia de lo que es esencial y lo que no lo es. Su práctica se encontrará purificada de todas las malas intenciones. La ganancia, el renombre, los alagos, los deseos mundanos de reconocimiento, la persecución de lo perecedero se relativizan aquí por el principio de la impermanencia y la muerte. Al realizar el extraordinario valor de la existencia humana, y determinados a hacer de ella el mejor uso posible, podría suceder que, demasiado ocupados en los asuntos de este mundo, remitamos continuamente al futuro nuestra práctica espiritual. Sin embargo, tal actitud está totalmente desprovista de fundamento. Si tuviéramos la certeza de vivir mucho, hasta cierta edad, podríamos hacer planes de practicar la vía en el futuro; pero realmente podemos morir en cualquier momento y no disponemos de ningún medio para huir de la muerte. Allá donde nos escondamos, la muerte nos alcanzará. No hay ningún modo de apartarla. Ella toca al pobre, al rico, al célebre y al desconocido, al niño y al viejo, al sabio y al loco. Meditando sobre ésto, al tomar conciencia del carácter inevitable de la muerte y del hecho de que ignoramos cuándo llegará nuestra hora, podremos obrar progresivamente una transformación en las actitudes de nuestro espíritu. Despilfarramos nuestra vida en actividades rutinarias y la muerte sobreviene súbitamente, poniendo fin a nuestra existencia. Realizando la impermanencia de nuestra existencia, llegaremos a rechazar la idea de más esperas para consagrarnos al trabajo inciático y tomar la decisión de aplicarnos a él desde ya, sin dejarnos ir en tergiversaciones engañosas. Esta conciencia de lo que es importante y de lo que no lo es se hará más precisa. Las cosas llegarán a ocupar su verdadero lugar. Porque si bien tenemos la certeza de la muerte, no tenemos ninguna certeza en cuanto al momento en que se producirá. Debemos pues aprovechar la existencia presente, con el fin de realizar el trabajo interior para el cual vinimos a la existencia.
A modo de ejemplo, presento un ejercicio correspondiente al segundo principio del entrenamiento en cinco puntos. Está destinado a desarrollar cualidades indispensables para nuestro caminar y se compone de dos partes: una meditación sobre un tema y una práctica en la vida activa.
Se empieza por una meditación clásica. Después de un cuarto de hora, nos tumbamos sobre la espalda, brazos y piernas separados, como un pentagrama viviente. Nos relajamos, después meditamos sobre lo siguiente. “Todo lo que está ahí va a desaparecer, todo lo que soy va a morir”. Esta meditación no debe limitarse al hecho de saber que se va a morir. Por el contrario, hay que experimentar el sentimiento de esta muerte, hacer viva en la conciencia la realidad de esta muerte. Si no lo conseguimos, la visualización puede mostrarse útil. Imaginemos nuestro cuerpo corroído por los gusanos, su olor de muerte y pudrición. Una vez convertido en esqueleto, vemos los huesos hacerse polvo, hasta que ya no queda nada. Para que esta práctica sea eficaz, conviene no hacerlo situando su cuerpo delante de sí, como si se tratase de cualquier otro. Al contrario, realmente se trata de nosotros... Podemos soñar igualmente lo que quedará de nuestro yo, de nuestros pensamientos, de nuestras emociones. Podemos pensar en el sentimiento de tristeza y en todas las lágrimas que provocará nuestra muerte. Si ésto no es suficiente, podemos conducir esta meditación por un cementerio. Esta práctica parece morbosa, pero la muerte no tiene nada de morboso. En realidad, si nuestro yo se condicionó muy temprano para hacerse creer que era inmortal, nuestro cuerpo, en lo que a él se refiere, sabe mucho mejor que nosotros que es mortal. Por eso, cuanto más impliquemos al cuerpo en nuestra meditación, más eficaz será ésta. Una serie de respiraciones profundas durante 20 ó 30 minutos, manteniendo en el espíritu la verdad de nuestra muerte. Ésto puede acarrear espasmos, miedos irracionales, etc..., pero hay que continuar el ejercicio, hasta que la calma vuelva, al aceptar profundamente la idea de la muerte, incluso por nuestro cuerpo.
Puntos desarrollados en esta práctica: el desapego, la conciencia de la impermanencia, la aceptación, la compasión y el amor, la paciencia (porque todo pasa, hasta la prueba), el sentimiento de urgencia del trabajo, la constancia, el compromiso, el paso a través del miedo, y por tanto el soltar, el respeto a la vida.
Para que dé resultados efectivos, esta práctica debe usarse durante varias semanas. Podemos retomarla cada vez que sintamos que la necesitamos. Igualmente, podemos ritualizarla.

En cuanto a la práctica en la vida activa, ésta consiste en que cada vez que digamos adiós a alguien, tomemos conciencia de su naturaleza mortal: “Un día u otro, ella, él también morirá. Y yo también moriré”. Este sentimiento desarrolla una gran compasión. Podemos unirle el sentimiento del carácter imprevisible de la muerte. Puede que no volvamos a ver nunca más a la persona de la nos hemos despedido. Esta práctica es muy potente. Podemos también extenderla a las situaciones: “Ésto ocurre, ésto pasará”.

El segundo aspecto del entrenamiento en cinco puntos encarna una gran fluidez. Ya que todo es pasajero e impermanente, conviene estar muy desapegado, a fin de poder seguir el flujo de lo que es. El trabajo asociado con este aspecto desarrolla una sabiduría similar a las cualidades del agua. Esta gran fluidez parece encarnada por el instructor en el momento del ritual. Las palabras parecen brotar con espontaneidad y fluidez. Se corresponden exactamente a las necesidades del instante. Los gestos desprenden una gran armonía. Como el agua, el instructor se parece a un espejo. Todo lo refleja y nada retiene. Y al verse así reflejado, el aprendiz aprende mucho sobre sí mismo, él quién se creía permanente, independiente del flujo de la vida.


Original de Jean-Luc Colnot
Traducción de Francisco Hidalgo Salado en Axis.

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