jueves, 11 de febrero de 2010

1ª Joya: La joya de la Intención




¿Cual es nuestra intención, nuestra verdadera intención cuando escuchamos una enseñanza?
¿Qué atención es tan justa que permita a la enseñanza ser totalmente eficaz?

La Joya de la intención nos puede ayudar a responder a estas preguntas. La enseñanza iniciática no pretende hacer de nosotros simples eruditos. Tampoco busca captar nuestra atención con el fin de distraernos y hacernos pasar un buen rato. Su objetivo principal es transformarnos profundamente, provocar en nosotros un renacimiento efectivo. Por eso, la enseñanza solo es eficaz para quién la escucha con la intención de cambiar realmente de nivel ontológico(1).

Ahora bien, no es raro que quién recibe una enseñanza, albergue intenciones totalmente ajenas a la iniciación. Por ejemplo, que solo busque satisfacer un deseo bulímico de saber. O incluso, solo aprecie la enseñanza por su carácter interesante y sorprendente. No obstante, mientras que no comprendamos profundamente que la enseñanza solo está ahí para transformarnos y despertarnos, es poco probable que tenga lugar una auténtica transmutación interior. En el fondo, ¿Cómo podemos esperar que la enseñanza nos transforme, cuando la intención que desarrollamos al escucharla, está lejos de tener esta transformación como objeto?

Sobre la base de la primera joya del aprendizaje, el lector se puede plantear ahora esta pregunta. ¿Porqué leo este artículo?¿Con miras a una transformación real o simplemente para acumular datos de cultura espiritual? El fin de la enseñanza no es hacer de nosotros una biblioteca cuyas estanterías ceden bajo el peso de viejos volúmenes polvorientos, piadosamente respetados por polillas y carcomas . Cierto, el estudio no es menos necesario. ¿Pero con qué finalidad?¿Con qué intención?

La primera joya parece insignificante, pero es esencial. Cuando la intención no es la justa y buscamos la enseñanza para servir otro propósito que el de la transformación interior, el renacimiento verdadero no puede suceder. Dejamos de lado el aspecto más importante de la búsqueda iniciática. Por el contrario, quién escucha la enseñanza con el fin de trabajar sobre sí y de transformarse, descubre en ella realmente una fuerza de renovación muy potente. Para él, la enseñanza adquiere un poder transformador extraordinario, simplemente porque la intención del alumno es armónica con el objetivo primordial de toda iniciación auténtica.

En esta primera joya se encuentra el origen de numerosos fracasos espirituales. Han estudiado junto a múltiples escuelas y frecuentado tal o cual instructor célebre o desconocido. Sin embargo, se han quedado igual. ¿Porqué? Porque se utiliza la enseñanza con fines para los que no ha sido concebida. Puede que solo se buscase en ella una distracción espiritual; como un hueso sabroso, que se le da para roer al perro sabio de la naturaleza egótica.

La joya de la intención nos dice que la enseñanza iniciática es transfiguradora. Y si la intención del aprendiz no es del mismo orden, lo que se recibirá solo tendrá una naturaleza periférica y contingente. De acuerdo, el saber nos dará ocasión de brillar y de hacernos creer que hemos llegado a algo. ¡Pero vaya miseria!

Conviene meditar bien las interrogaciones suscitadas por la primera joya. Leyendo ese libro, asistiendo a esa conferencia, visitando a ese hermano, celebrando ese ritual, integrándonos en esa agrupación iniciática o a esa asociación, ¿Qué intención tenemos realmente? ¿Buscamos distraernos o trabajar sobre nosotros mismos?

La enseñanza sirve para transformarse. Esta verdad parece muy obvia, sin embargo, os puedo asegurar que he tardado años en comprenderla realmente. ¿Estoy seguro de ello? Ved en qué os puede transformar la enseñanza, en qué os pone en situación de alerta. Y cualquiera que sea la enseñanza tradicional de que se trate, se volverá eficaz. Rosacruz, Hermética, Kabala, celebraciones eucarísticas, todo ésto solo sirve a la humilde práctica.

(1)Ontología: Parte de la metafísica que trata del ser en general y de sus propiedades trascendentales.

Original de Jean-Luc Colnot.
Traducción de Francisco Hidalgo en Axis.

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